La Década Prodigiosa

Llega el 2011 y yo con estos pelos. Se nos fue una década en la que a pesar de no haber conquistado el espacio en una fabulosa Odisea ni conseguido desarrollar patines voladores sí se produjeron los suficientes cambios como para consolidar la idea de que esta época vivida ha supuesto un vuelco en el Mundo que conocíamos. No sería de extrañar que los futuros historiadores nonatos bautizaran esta era como la Tercera Revolución Industrial y Social.
El planeta no se apagó el último minuto del siglo pasado e incrementó su velocidad de rotación día tras día proporcionalmente al ritmo en que se compartía la información. En diez años, algunos hemos pasado de jurar que nunca tendríamos un teléfono móvil a estar permanentemente conectados desde cualquier lugar a través de “smartphones”, redes sociales, tabletas, videoconferencias y otros aparejos. A la vez que asistíamos ensimismados a la multiplicación de canales y pantallas, a la exposición pública de las miserias humanas desde el encierro en libertad vigilada de doce personas con ansias de fama y a la “democratización” de la música y otras artes, se producían múltiples cambios rápidos, constantes y prodigiosos que definen a cualquier proceso revolucionario.
Hemos visto como los Estados Unidos dejaban de ser inexpugnables, el perfil de Nueva York cambiaba para siempre y recientemente los secretos mejor guardados salían a la luz. Al mismo tiempo hemos presenciado la investidura del primer presidente afroamericano (en todo el continente por cierto), el surgimiento de un nuevo enemigo global invisible, el cambio de rumbo regresivo de una iglesia milenaria marcado por el fallecimiento de un Papa y entronización del nuevo, el enraizamiento definitivo de una nueva potencia que paradójicamente no termina de abandonar el comunismo, y la parálisis de una vieja Europa que no ha sabido aprovechar sus oportunidades.
En paralelo, agonizaba un sistema financiero y productivo neo-liberal cuyo hundimiento todavía promete traer sinsabores, se normalizaban jurídicamente las parejas homosexuales, el fortalecimiento global de la lengua española era una realidad (con recuperación del Nobel incluida) y las pandemias inexistentes nos amenazaban. También, gracias a la ciencia (que no a Dios) se presentaba en sociedad el Genóma Humano, se aseguraba parte de nuestro futuro clonando cientos de especies, transgenizando alimentos y trasplantando rostros u otros órganos inimaginables.
Mientras tanto nacían, se reproducían y por fin degeneraban, movimientos tan insólitos como el anti-globalización que usaba internet para reunirse o promocionarse y bebía de un antiguo Socialismo Utópico – movimiento que sin duda inspira este blog aunque sólo sea filosóficamente – que sustentó a la postre una Internacional Socialista (¿Alguien me explicará algún día cómo se puede ser internacionalista y anti-internacionalista a la vez?). Por no olvidar a los anti cambio climático (no tienen nombre), un grupo de negacionistas liderados por funestos dirigentes guerrilleros, que cual Göebels del siglo XXI, pensaban que repitiendo muchas veces una mentira se convertiría en real. A estos, afortunadamente les ha bastado un lustro para echar el cierre y cambiar drásticamente sus posición ideoilógica (no es una errata) con el patrocinio de lobbies energéticos.
Sin embargo, como ocurre a menudo, las revoluciones no se viven igual en todos los sitios, sucede que hay lugares que desgraciadamente permanecen inmutables al cambio. Dos tercios de la población mundial habita el llamado Trópico de Cáncer que atraviesa territorios inhóspitos como el Sahara o fértiles y “desconectados” como Birmanía que acogen a irreductibles grupos de refugiados y seres humanos que desde la lejanía siguen luchando únicamente por la libertad y el pan. Sin olvidar a una Palestina irresoluta, al conjunto del continente Africano, masacrado por guerras fratricidas y hambrunas, a una Corea del Norte, dónde a pesar de sus kilómetros de costa nadie ha “navegado” o Haiti, que como a diario nos recuerda el incansable Forges, sigue existiendo.
No me puedo siquiera imaginar qué nos deparará el futuro, pero quizás el verdadero reto sea la definitiva universalización del cambio y puedan participar del mismo los más de cinco mil millones de personas que de haberse enterado, no lo pueden disfrutar… Ojalá en 2020 estemos aquí para contarlo pero me temo que hay utopías todavía inalcanzables y que nuestros coches volarán cual DeLorean mientras otros tardan un día en conseguir agua potable. ¡Pero qué coño, igual España gana otro Mundial!

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