Yonquis

El opio del pueblo es el pueblo
Gran parte de mi vida creí en la fortuna, la fortuna de nacer en una gran ciudad de un país desarrollado, en un entorno diverso y una familia plural cuyos miembros pertenecían mayoritariamente a ese cajón de sastre llamado clase media. Durante mi adolescencia descubrí que los sinsabores de mi niñez no eran relevantes en comparación con las frecuentes desgracias que sufrían todos aquellos que no tuvieron suerte en la pedrea de la concepción, fue entonces cuando decidí cargar sobre mis espaldas la responsabilidad de aprovechar al máximo las posibilidades derivadas de mi propia carambola vital. Pensé que lo responsable era explotar los recursos de que disponía, educarme cuanto más mejor, trabajar cuanto antes mejor, crecer rápido, formar una familia cuando tocaba y seguir creciendo para ofrecerle lo mismo que recibí. Y en esas estoy, como tantos otros, viviendo una vida destinada a construir recursos que mis hijos puedan aprovechar para repetir un ciclo vital de dudoso valor global y que ni siquiera tiene garantías de éxito porque ya nada lo tiene.

Cuento esto porque recientemente he llegado a la conclusión de que soy un yonqui, esto es importante ya que siempre se dice que el primer paso para solucionar un problema es el reconocimiento de padecerlo, lo bueno es que no me siento sólo, estoy conociendo personas que tienen la misma adicción, que también se han dado cuenta de su afección y que quieren corregirla aunque no saben cómo. Soy yonqui porque soy adicto a cosas que sólo me producen frustración y malestar aunque también breves momentos de euforia, el sistema está muy bien diseñado para de vez en cuando proporcionar un pequeño chute de amor propio que genera una falsa sensación de plenitud y bienestar. A veces es un ascenso laboral, otras, una subida de sueldo y las más, un bofetón de adrenalina que te ayuda a descender unas aguas bravas contaminadas de estrés con la falsa creencia de que tu piragua - tu trabajo - es un salvavidas que te hace sentirte seguro y a flote en una posición aparentemente erguida a salvo de remojones. Te repites que tienes suerte, que no tienes derecho a quejarte, que todo va moderadamente bien y que irá mejor porque la lógica así lo indica, en tiempos de bonanza era el orden natural de las cosas tal y como nos las enseñaron, en tiempos de malanza  las cosas sólo pueden mejorar.

Y así andamos, drogados y adormecidos por nuestra propia estupidez, muertos en vida, inconscientes de la existencia de otros, sólo pendientes de nuestro propio apetito voraz y las ganas de regodearnos una vez que lo hemos saciado. Mientras tanto, ellos aprovechan nuestro letargo para cambiar las reglas del juego una vez empezado. Cambiará el significado de la educación y no pasará nada, la segregación será nuestra ignorancia y ésta arraigará su perpetuación. Empeorará nuestra salud y no pasará nada, las pandemias vendrán y serán su coartada liberticida. Gravarán la cultura con impuestos de lujo, ya lo han hecho, nos quedaremos sin ella, será el germen de una contrarreforma borreguil soportada por su cine, sus libros y sus obras teatrales o musicales, porque sólo ellos las podrán financiar. Nos seguirán forrando a impuestos porque ese es el nuevo patriotismo liberal, arruinar al débil para arrebatar definitivamente su peso económico y por lo tanto social.

Y cuando nos enfadamos así respondemos, narcotizados, cada cual con su cacerolada, pitada, sentada, marcha o huelga particular, reclamando justicia por lo suyo sin tiempo para reflexionar sobre lo ajeno y recordar aquello de la unión. Y unidos, así contestamos, convocando grandes protestas mayiles, manifestaciones o huelgas generales que nos llenan de orgullo alimentando portadas, titulares y comentarios en redes sociales. La protesta social convertida en un evento mediático con escaso contenido ideológico, nula creatividad propositiva y esperanza de vida efímera, su repercusión noticiosa sólo aguanta hasta el siguiente estornudo mercantil.

Esta es nuestra lisérgica forma de ver pasar el tiempo, así llegan y se olvidan los profesores de verde, los mineros de negro, los bomberos sin manguera, los funcionarios sin esperanza, los periodistas sin soporte, los cines sin espectadores y los políticos sin vergüenza. Así pasamos del carbón al "que se jodan", sin pestañear. Así ponemos de moda los conflictos para después encerrarlos en la hemeroteca. Así es de fútil nuestra información, así dirigen nuestra indignación, así desahogamos nuestra ira y así mientras tanto no pasa nada de nada. Es el arte de incidir en conflictos nimios para despistar del principal, es la capacidad de retro-alimentar una revolución descafeinada que ni es revolución ni es nada. Es el arte de convertir lo superfluo en vital haciendo de la primera depresión del siglo un "Sálvame" diario.

Sí, vivimos la era de la salvamización de la democracia, la futbolización parlamentaria, la re-unificación de poderes y la narcotización de nuestros sueños. Mientras, ellos observan desde la poltrona el fruto del trabajo bien hecho, el logro de construir una sociedad de yonquis sin reconocimiento de causa. De nuestra capacidad de insumisión colaborativa dependerá construir nuestro particular "proyecto hombre" conjunto.

Comentarios

  1. Llegué por casualidad y me parece que me quedo. Gran blog.
    Niño B

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  2. Álvaro,

    La solución de nuestros problemas vendrá cuando Belén Esteban y sus secuaces de Sálvame, lleguen a políticos, por lo que esta pasando ya queda muy poco.

    ¿Cuando empezamos la revolución necesaria que nos salvará de ser Yonkis de nuestra indiferencia?

    Un abrazote


    Estanis

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