Castillos de Arena

A little spinner in the Mollohan Mills (1908)
Diez largos meses de cole llegan a su fin y digo largos porque en una vida de cincuenta meses escasos, supone un 20% de la misma, una eternidad para un niño, en términos de un adulto de 35 años es cómo finalizar una temporada laboral de siete años seguidos. ¿Agotador, no?
Lo bueno es que se han divertido, han aprendido a pintar, a construir, a compartir, a reconocer letras, apreciar los libros, cantar, cocinar, hacer disfraces de papel, plantar, observar el crecimiento de un ser vivo, visitar una granja, alimentar animales, ordeñar y mucho más. Un proceso de adquisición de rutinas basado en el descubrimiento y aprendizaje constante.
Ahora llega el momento del ocio infinito, los más afortunados, irán a la playa, cogerán un cubo y una pala, y día tras día cavaran agujeros en busca de agua, intentarán levantar castillos, buscarán conchas y se esforzarán, probablemente sin éxito, para atrapar algún pez con una red de todo a cien. Otros se desplazarán al pueblo originario de su familia allí podrán disfrutar del campo, de tareas tan exóticas cómo regar las verduras, recoger huevos de las gallinas, rellenar garrafas de agua en la plaza o bañarse en el río tras una calurosa excursión en bici.
Ahora, imaginemos que nuestro hijo o hija ha pasado los últimos 365 días levantándose a las cinco de la mañana para limpiar corrales propios u ajenos. Pensemos que ha dedicado tres mil horas a pegar suelas de zapatillas deportivas o a coser prendas, no para disfrazarse si no para repoblar escaparates que jamás verá. Supongamos que en vez de escarbar en una suave arena meridional se adentra jornada tras jornada en una peligrosa mina, en medio de un abrasador desierto para rescatar algún codiciado metal sin llegar a comprender para qué sirve. Asumamos que nuestra única posibilidad de supervivencia pasa por dejarle recorrer durante seis horas una extensa, peligrosa y yerma planicie para que traiga el agua necesaria para hoy y quizás mañana. Dejémosle a las puertas de un hotel o fastuoso monumento, junto a nuestro otro bebé aun lactante para recaudar las generosas monedas que hordas de turistas concienciados tengan a bien entregarles. También pueden divertirse hundiendo sus cuerpos en arrozales infestados de serpientes, liar puros o cigarrillos, fabricar ladrillos sin haber oído hablar de la "crisis del ladrillo", insertar piezas microscópicas en teléfonos móviles u otros dispositivos desconocidos para ellos o integrar juguetes ajenos a su existencia pero generadores de ilusión efímera en otros mundos.
Las oportunidades son infinitas en este gran planeta, somos tan creativos, tan productivos... Las grandes corporaciones multinacionales no escatimarán esfuerzos y recursos en la noble tarea de hacernos la vida más fácil y saciar nuestras ansias de consumo.
Por supuesto que no debemos generalizar, la explotación infantil tiene muy diversos grados, el círculo de la pobreza es muy amplio y en ocasiones la economía familiar obliga a hacer partícipes del trabajo a los menores aunque compatibilizando con la escuela, por lo tanto, para ser ecuánime, sólo me atreveré a afirmar, que el trabajo infantil puede ser simplemente malo, peor o terrible.
Si alguien me insinúa, cómo es habitual, que esto siempre ha ocurrido, que nunca hemos estado mejor o que acabar con esta nefanda lacra global es una utopía buenista o demagogia barata, no me molestaré en contestar. No deseo caer en lo de las manzanas y las peras de la exconsejera madrileña de asuntos antisociales pero dejo unas cifras que sin ser comparables son reales y denotan una asimetría sintomática de un sistema que está fallando: 215 millones de niños trabajan mientras 205 millones de adultos censados sufren el desempleo.



Siento no haber dejado hoy margen para el esparcimiento con un entretenido documento visual y me disculpo si he podido herir la sensibilidad de algún lector pero en ocasiones, escribir me duele y así lo debo transmitir, de hecho he omitido de forma consciente tratar la forma más abyecta de abuso de la infancia, mi escasa tolerancia al respecto me impide expresarme con coherencia.
El domingo fue el Día Internacional contra el Trabajo Infantil, reconozco mi escepticismo respecto de este tipo de jornadas conmemorativas, las víctimas suelen desconocer su existencia pero sin ellas, la venda que nos tapa los ojos no permitiría siquiera vislumbrar que no son necesarios Expedientes X para afirmar que la verdad está ahí fuera.
Esta injusticia, cómo tantas otras, conforma un Castillo de Arena que entre todos debemos derruir si no queremos acabar enterrados bajo los escombros de una sociedad enferma.

Midnight at the glassworks (1908)
Declaración de los Derechos del Niño (1959)
Principio 9
El niño debe ser protegido contra toda forma de abandono, crueldad y explotación. No será objeto de ningún tipo de trata. No deberá permitirse al niño trabajar antes de una edad mínima adecuada; en ningún caso se le dedicará ni se le permitirá que se dedique a ocupación o empleo alguno que pueda perjudicar su salud o educación o impedir su desarrollo físico, mental o moral.

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